N. 3 – Maggio 2004 – In Memoriam – Iglesias
* Artículo aparecido en el
diario ABC, el 7/5/2003.
En el atardecer del pasado
sábado 3 de mayo, se apagó casi de improviso la vida de Juan Iglesias. Por
deseo personal ha sido velado y enterrado en la más estricta intimidad. Sus
restos descansan en el cementerio de su Salamanca natal y a corta distancia de
donde lo hace Miguel de Unamuno, que como Rector firmó su primer nombramiento
de profesor auxiliar en 1935. Tenía entonces Iglesias dieciocho años.
Académico de número de la
Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, académico numerario de la Academia
de Ciencias Morales y Políticas de Nápoles, Premio Príncipe de Asturias de
Ciencias Sociales de 2001, entre otras muchas distinciones, Juan Iglesias ha
sido quizá el iusromanista español más conocido del siglo XX. Ello se debe, en
buena medida, a su obra Derecho Romano.
Historia e Instituciones, cuya primera edición data de 1950, a través de la
cual cientos de miles de juristas de habla española comenzaron y siguen
comenzando sus estudios jurídicos. En materia romanística, ningún otro libro
escrito en castellano ha tenido nunca una difusión equiparable a ése en España
y América.
Discípulo de Ursicino
Álvarez Suárez, profesó en la Universidad de Salamanca, en la de Madrid, y
luego ya, como catedrático, en las de Oviedo, de nuevo Salamanca, Barcelona y,
desde 1953 y hasta su jubilación en 1985, en la Complutense de Madrid. La
jubilación le vino anticipada por una ley que Iglesias nunca admitió ─«mi
oficio y el de tantos otros colegas se vio truncado extemporáneamente por una
ley injusta, y la ley injusta, al decir de nuestros clásicos, no es
ley»─, negándose a proseguir su función docente como Profesor emérito y
también a dictar su «última lección» en una Universidad Pública.
Desde entonces, desapareció
casi por completo de la vida pública, salvo su puntual asistencia a las
sesiones de la Academia de Jurisprudencia y Legislación. Y escribió. Escribió
mucho, siempre con la elegancia y economía de prosa que le han sido
características. Humildemente reconocía que tenía clara preferencia por
determinadas cuestiones, y en ellas se había centrado y se seguía centrando; y,
como Unamuno, decía que «en rigor, desde que empecé a escribir he venido
desarrollando unos pocos y mismos pensamientos». Una idea central, hoy
increíblemente devaluada en la práctica, preside toda la obra de Iglesias: que
el único final al que puede apuntar el Derecho es a la realización de la
Justicia. De modo gráfico, y uniéndolo con su pasión docente, lo advertía en un
párrafo clave de su retrospectiva personal publicada en 2001, apenas unos días
antes de que se le otorgara el Premio Príncipe de Asturias: «Me confesé siempre
a ellos, a mis alumnos, como jurista que no va en búsqueda y persecución de los
conceptos, sino de lo que es bueno y justo, porque en eso consiste el Derecho.
Me pareció cosa grave y sin fortuna tomar por verdad el esquema -la geometría-
y no la soberana realidad de lo jurídico. Les enseñé que el jurista que lo es
de verdad no comete pecado de desarmonía. Un pecado que tiene por causa la
falta de comprensión. Les dije una y mil veces, que para el jurista verdadero
el problema del Derecho es un sólo y único problema: el de la realización de la
justicia. Por fuera del problema queda todo lo demás».
Al comienzo de esta
retrospectiva aludía a que, en su situación final, era plenamente consciente
«de lo no alcanzado y no alcanzable», y agregaba con exquisita sutileza que se
sentía acompañado «por la constancia de los afectos que el tiempo no consumió»;
al referirse al mundo universitario y romanístico que debía rememorar, declaraba
que le parecía tan lejano, como falto de reflejo en la vertiginosa y confusa
hora presente.
Iglesias ha sido un caso
aparte en el ámbito jurídico y romanístico español contemporáneo. Los silencios
interesados y las caricaturas perpetradas por algunos no han afectado un ápice
a su figura y a su obra, que contiene páginas luminosas en su aproximación a lo
más oculto y secreto de lo jurídico.
Junto a su vocación de
jurista, en Iglesias anidaba también la de escritor. Este diario fue testigo de
ello en años bien cruciales de nuestra historia más reciente, entre 1972 y
1977, a través de más de medio centenar de colaboraciones que el autor reuniría
después en un libro titulado Surcos.
Juan Iglesias ha fallecido a
los ochenta y cinco años de edad, pero su muerte en este momento nos ha cogido
de sorpresa a cuantos nos movíamos en su entorno más próximo. Sobre su mesa de
trabajo ha quedado sin concluir un texto destinado al homenaje a Francesco de
Martino y a la conmemoración del XXV aniversario de la Constitución española
que dentro de pocas semanas, bajo el título Cuestiones
constitucionales de ayer y de hoy, se celebrará en la Facultad de Derecho
de la Universidad Complutense de Madrid, organizado por el Departamento de
Derecho Romano. Este seminario servirá también de adiós universitario al
profesor Juan Iglesias.