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Francesco Manconi, Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria, València, Publicacions de la Universitat de València, 2010, [pp. 267-287]. ISBN 978-84-370-7849-6

Indice

 

 

 

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Francesco Manconi

 

La reglamentación de la instrucción pública en Cerdeña (siglos XVI-XVII)

 

 

El proceso de reajuste institucional había dado pruebas de estancamiento en tiempos de Carlos V. Y lo que había condicionado el proyecto de la Monarquía era la falta de personal cualificado en la administración regia. Desde hacía tiempo, se advertía la importancia de emplear en los oficios estatales y en las administraciones municipales a personas a la altura de dicha tarea. Esta exigencia de funcionarios competentes, con un título de estudios idóneo, fue traducida en ley por Fernando II. El 6 de julio de 1493, los Reyes Católicos había decretado en Barcelona que «ningún letrado pueda haber ni haya oficio ni cargo de justicia ni pesquisidor ni relator en el nuestro Consejo, ni en las nuestras Audiencias ni Chancillerías ni en ninguna otra Ciudad, villa o lugar de nuestros reinos si no constare, por fe de los notarios de los estudios, haber estudiado en los estudios de cualquier universidad de estos nuestros reinos o de fuera de ellos y residido estudiando derecho canónico o civil»[1].

De ahí en adelante, la formación jurídica en las universidades es un requisito indispensable si se aspiraba a servir en la administración real, en las estructuras eclesiásticas y en las instituciones periféricas. En las universidades tradicionales, se multiplican los docentes de derecho y teología, disciplinas a las que asisten los muchos estudiantes en expectativa de empleo y de ascenso social[2]. Las universidades experimentarán un desarrollo extraordinario gracias a la creciente demanda de letrados por parte de la administración civil, de los tribunales y de los diferentes consejos. También la Iglesia – sobre todo después del Concilio de Trento – necesitará formar graduados en derecho canónico y teología que cubran con prestigio y conocimiento las dignidades eclesiásticas. El número de las universidades se incrementa en particular en Castilla, donde podría hablarse de una auténtica plétora entre 1540/45 y 1570/75[3]. A primeros del Quinientos, son once las universidades del territorio metropolitano, mientras que a finales se cuentan treinta y tres.

La expansión del sistema universitario se acompaña de un incremento de las escuelas primarias y secundarias, que se van difundiendo, incluso, por zonas rurales y hasta en las pequeñas aldeas. A pesar de las muchas reservas sobre la calidad de la enseñanza, el índice de alfabetización en Castilla llega a alcanzar el 60% a finales del XVI. Son valores de gran significación, de nivel europeo, propios de una sociedad desarrollada que cultiva la lectura, como demuestra la amplia difusión, incluso entre las clases populares de libros, panfletos, pliegos sueltos, etc.[4].

Menos brillante y, sin duda, más problemático es el proceso de educación primaria en Cerdeña. Diferentes son los caminos y también el desarrollo del proceso de formación, porque diferente es el punto de partida de la escolarización. Para ponderar la situación cultural de mediados del XVI, cabe recurrir de nuevo a una fuente digna de crédito como es Segismundo Arquer. En 1550, este letrado escribe que sus conterráneos «literarum studio parum sunt intenti, venationi autem deditissimi sunt»[5]. El mordaz juicio de Arquer podría parecer dictado por el desprecio intelectual, pero en realidad es una dolorosa denuncia del grave atraso de la sociedad sarda, de la intolerable radicación en la isla de modos de vida ya superados, propios de la Edad Media pero, sobre todo, incompatibles con el horizonte de modernidad que se está abriendo en los dominios de los Habsburgo. «Luxus, pompa, et crassa ignorantia, in civitatibus hodie multorum malorum sunt seminaria», insiste implacablemente el letrado Segismundo Arquer.

 Las afirmaciones de los contemporáneos (baste pensar en los repetidos y ásperos juicios  que sobre la sociedad sarda expresa en su valioso epistolario el arzobispo Parragues de Castillejo) son desmentidas, solo en parte, por los escasos testimonios del periodo, como refrendan las recientes reseñas sobre la producción literaria y editorial[6]. De la exigua documentación de archivo se obtiene la impresión de que existe un pronunciado retraso cultural que afecta, no solo al mundo rural, sino también a la sociedad urbana. Con todo, en la primera mitad del XVI, las ciudades están experimentando un importante proceso de reajuste social, de desarrollo demográfico y de crecimiento económico. Las nuevas oligarquías presentes en las ciudades, empiezan a acumular riqueza, lo que acrecienta sus necesidades sociales y culturales. Siguiendo la estela del predominio cultural catalán, se activa un intercambio dispar de personas y mercancías con el levante ibérico, cuya influencia perdurará en los sectores de la cultura material y artística[7]. En cambio, no tiene la misma importancia y espesor, la producción histórico-literaria, que se reduce a las obras de  unos pocos individuos solos, formados en Italia o en España.

La ausencia de un desarrollo cultural difuso en los niveles intermedios y populares es la confirmación de la existencia de atraso en las estructuras educativas públicas. En Cáller, desde principios de siglo y en Sásser, desde los años treinta, funcionaban algunas escuelas de gramática que las administraciones municipales mantenían con fines sociales y que estaban a cargo de maestros de poca constancia y mal retribuidos[8]. Son escuelas que ofrecen un nivel de instrucción bajo, incluso elemental, donde se imparten las mismas enseñanzas a un grupo heterogéneo de alumnos, es decir, son la viva imagen de la precariedad didáctica. Cuando el jesuita Bartolomé Pinyes  llega a Sásser a mediados de noviembre de 1559, constata que «aquí ay gran barbaridad y negligencia en esto que apenas tienen quien les enseñe los primeros principios»[9].

Pero las condiciones de la escuela privada no debían ser mejores. Es plausible que ni siquiera las clases privilegiadas se preocuparan excesivamente de la formación cultural de sus hijos, bien porque no la creían necesaria, bien porque su situación económica no les permitía contratar a preceptores particulares. Emplear ayos, a pleno servicio, para impartir clases a los primogénitos de las familias señoriales era costoso y no siempre al alcance de nobles y mercaderes sardos. Lo que hacían los cabezas de familia para los que la educación constituía un factor de promoción social y cultural, era adoptar una costumbre consolidada, que se remontaba a la casa de los jueces de Arborea. Esto es, enviaban a sus hijos a la madre patria ibérica, a las casas de las familias con las que estaban emparentadas o ligadas socialmente. Otra opción era colocarlos como meninos en la corte (como hicieron las casas de Castelví y Alagón).

En la primera mitad de la centuria son excepcionales los casos de jóvenes sardos que tienen la oportunidad de estudiar en universidades de la órbita política y cultural de España o de Italia. Esos pocos graduados tienen garantizada la posibilidad de emprender prestigiosas carreras de eclesiástico, de médico o de experto en derecho. Las biografías de las personas de relieve que entran al servicio de la corona (Arquer, Alejo Fontana, Jerónimo Olives) o que destacan en la carrera eclesiástica (Giovanni Francesco Fara y Antonio Canópolo) o en la profesión médica (Joan Tomás Porcell y Gavino Sambigucci) confirman que, para los sardos, el acceso a estudios universitarios era un acontecimiento extremadamente raro y elitista[10]. Se ha calculado que, entre 1526 y 1562, los estudiantes sardos que asisten a las universidades de Pisa y Siena son 81[11]. Se trata de una cifra bastante modesta, pero que demuestra el crecimiento potencial de la población estudiantil sarda.

De hecho, desde que está en vigor la normativa de los Reyes Católicos sobre los cargos públicos, a los jóvenes sardos se les niega la posibilidad de ejercer profesiones y de entrar en la administración de la Monarquía, a menos de que no se resignen a una emigración forzada y dispendiosa hacia ciudades universitarias italianas y españolas. Por este motivo, en el parlamento Cardona de 1543, la ciudad de  Sásser presenta su primera petición para ser una sede universitaria en la que haya todas las facultades[12]. A los sasareses esto no les parece para nada exagerado, pues están al corriente de los avances de la organización universitaria en tierras españolas. Al contrario, están convencidos de sufrir – en cuanto súbditos de la Monarquía –, una discriminación intolerable, que únicamente se repararía fundando un estudio general en la isla. Sin embargo, para un proyecto de un alcance tan grande, hacen falta grandes capitales, que el reino de Cerdeña no posee. La propuesta de desviar al proyecto de la universidad una parte de la exigua contribución fiscal del donativo sardo caerá en el vacío.

A la petición de Sásser se contrapone otra solicitud análoga de Cáller. Es el primer síntoma del desacuerdo entre las dos ciudades que llegará a durar casi un siglo. Será una batalla campal, que afectará no solo a la cuestión de la instrucción universitaria y a la larga querella sobre el primado de la Iglesia sarda, sino que también se extenderá – según la lógica municipalista dominante de la lucha política –, a la ocupación de los cargos públicos, a la defensa de los valores morales y materiales que defienden, a toda costa, los dos centros, pasando por el ejercicio del patronazgo en las relaciones centro-periferia. La disputa entre ambas ciudades para lograr el privilegio de tener una verdadera y propia universidad estatal, con todas las carreras y capaz de atraer a estudiantes de toda la isla, durará hasta la tercera década del XVII[13]. En una tierra poco poblada, en la que la demanda cultural es moderada, dos estudios generales resultan, sin duda, excesivos. En Madrid son conscientes de ello. Pero, al final, en el momento culminante de la disputa, ambas ciudades – primero Cáller en 1626 y , después, Sásser en 1632 – conseguirán el reconocimiento público que llevará a las dos sedes universitarias a una vida académica pobre, aun antes de la gran crisis de mediados de siglo[14].

En 1553, tras el tentativo realizado durante el parlamento Cardona, la probabilidad de instituir una universidad sarda es más real. Ante la inminente convocación del nuevo parlamento, el príncipe Felipe exhorta al virrey Fernández de Heredia para que los estamentos deliberen destinando una suma congruente de dinero destinada a la fundación de unos «estudios generales» en Cerdeña, prometiendo una contribución financiera de la Monarquía en sostén de la iniciativa[15]. Lo que entiende Felipe por estudios generales no está del todo claro. En el siglo XVI, la universidad se denomina estudio general y se diferencia de las escuelas de gramática por la presencia de cátedras de derecho, medicina y teología, así como por la facultad de conceder oficialmente títulos de estudio superiores. Al mismo tiempo que los estudios llamados “generales” aparecen – a menudo con intención competitiva – los estudios particulares y los colegios. Son institutos de dimensión más reducida, dirigidos normalmente por religiosos, a los que les falta alguna facultad y que no pueden conferir títulos, en los que se enseña gramática latina, teología y las artes liberales[16].

Los estamentos sardos no advierten claramente esta distinción que era bastante neta en Castilla, y motivados por la prestigiosa exhortación del príncipe, piden de forma imprecisa la institución de una universidad en Cáller, financiada con la contribución de la corona y del arzobispo callarés. También el obispo de Ampurias, Ludovico Cotes, parece ignorar la mencionada distinción cuando, a través un representante parlamentario suyo, concibe ambiciosamente «un colegio y universidad donde se lehan todas las facultades» o, incluso, un estudio general siguiendo el ilustre modelo de Alcalá de Henares, que se financiaba con numerosos beneficios eclesiásticos por voluntad política del cardenal Cisneros[17]. Es evidente que unas propuestas de este tipo, vagas e indeterminadas, aspiran a una universidad dirigida por eclesiásticos en grado de procurar recursos materiales pero, sobre todo, intelectuales. Los parlamentarios sardos no se plantean la cuestión del límite objetivo de los estudios eclesiásticos, en los que no se imparte ni derecho ni medicina, prerrogativa de los docentes seglares. La respuesta de la Corona a las peticiones parlamentarias será nuevamente interlocutoria, pues la eventual contribución del reino para la creación y el funcionamiento de instituciones escolares es aleatoria e inadecuada[18].

Cuando, a mediados de los cincuenta, ya se sabe que la fundación de la universidad es imposible por una serie de problemas – la endeble realidad cultural y escolar, la carencia de medios económicos, las dificultades al crear ex novo una institución de alta cultura que necesita edificios adecuados y educadores competentes, la rivalidad entre Sásser y Cáller, que obstaculiza la concesión de las autorizaciones necesarias –, se recurre a una solución más cómoda: abrir un colegio jesuita en Sásser. La ciudad aprovecha la oportunidad que le brinda el letrado sasarés Alejo Fontana al establecer en su testamento el legado de una renta a favor de la Compañía de Jesús para fundar un colegio[19]. La iniciativa de Fontana nace en ambientes de corte próximos a la Compañía de Jesús, obteniendo enseguida el apoyo incondicional de la princesa Juana, regente de la Corona de Aragón, protectora de la congregación ignaciana[20] . Los jesuitas serán los elegidos en 1559, en un momento muy afortunado para la orden. Desde hacía tiempo, la Compañía de Jesús estaba creando en el mundo hispánico una red de colegios y escuelas de nivel superior con la finalidad de difundir la doctrina contrarreformista y promover la educación moral y la instrucción de los jóvenes de todas las clases sociales. Los programas, superiores a los de las escuelas públicas y privadas desde el punto de vista pedagógico, la gratuidad de la enseñanza, la apertura didáctica hacia la juventud laica de cualquier extracción social, habían determinado un éxito inmediato de las escuelas jesuitas. Una pedagogía que aspiraba a conjugar instrucción, educación moral y doctrina religiosa, llevaba todas las de ganar en una sociedad cuyo problema primordial era la formación de una clase dirigente pertinente al clima político y cultural del momento.

En Sásser, la adhesión de la oligarquía urbana es entusiasta y se refleja en el celo que la administración municipal, el gobernador regio Antíogo Bellit y el arzobispo Salvador Alepús ponen en subvencionar la actividad de los jesuitas y la apertura de nuevas escuelas[21]. El encuentro entre la comunidad sasaresa y los primeros padres no puede ser más feliz, hasta tal punto que el padre portugués Francisco Antonio, de inmediato, se manifiesta optimista con sus superiores, informándoles de que «se è vero che qui domina sovrana l’ignoranza, i giovani sono per lo più buoni soggetti, hanno intelligenza sveglia e sono docili nell’apprendere virtù e lettere, senza dire che molti di loro sarebbero più che adatti ad essere accettati in Compagnia»[22]. Según el padre Antonio, una escuela de calidad con maestros competentes daría a ciencia cierta buenos resultados. En breve, aunque con muchas dificultades (de reclutamiento del personal docente, de organización de las tres ramas de la enseñanza, de comunicación lingüística, etc.), la pedagogía jesuítica cosecha tanto éxito que el modelo de Sásser será imitado en muchas ciudades de Cerdeña.

Como era habitual, también en Sásser se empieza con clases de gramática, humanidades y retórica, para seguir luego con cursos de artes (o filosofía) y de teología[23]. La enseñanza de la gramática, de las artes y de la teología atrae con prontitud a cientos de estudiantes. A estos jóvenes, los jesuitas no les escatiman la educación moral y religiosa, incluso mediante prácticas pedagógicas muy modernas, como las actividades teatrales[24]. Tanta es la atracción que suscitan estas novedades culturales en los jóvenes sasareses, que muchos entran en la Compañía y prosiguen su formación humanística como internos. Tras el afortunado ejemplo de Sásser, algunas administraciones municipales, respondiendo a los deseos de la población, sostienen el coste de fundación de nuevos colegios y de su funcionamiento. Los Consellers de Iglesias le escriben al prepósito general Borja que tienen mucha necesidad, tanto de predicadores y confesores, como de maestros de gramática para sus hijos. También los obispos solicitan que a sus diócesis se les envíen jesuitas como soporte de los programas de instrucción de los eclesiásticos. En 1564, se funda el segundo colegio en Cáller, dotado de una escuela donde se enseña a leer y a escribir, así como de tres escuelas de gramática y, años más tarde, se instituye el trienio de filosofía. En 1576, se abre un colegio-noviciado en la villa de Busachi a instancias del feudatario local. Sucesivamente y a pesar de las dificultades económicas, se abren escuelas y colegios en Iglesias (1580) y Alguer (1588). Administradores y obispos de ciudades como Oristán o Bosa solicitan la creación de escuelas de diferentes clases y categorías. Otro tanto hacen los habitantes de aldeas apartadas del interior de la isla como Orani, Ozieri, Nuoro u Oliena[25].

Si consultamos las listas de los jóvenes que, llegados de ciudades y aldeas de toda Cerdeña, tanto eclesiásticos como laicos, asisten al colegio de Cáller a principios del XVII, podemos apreciar la extraordinaria dimensión de la organización escolástica que los jesuitas crean en poco más de cincuenta años. Como elocuente es también que, entre 1562 y 1634, son admitidos en la Compañía de Jesús 354 estudiantes, inscritos en los colegios jesuitas sardos[26]. El fuerte aliciente que tiene la enseñanza de los jesuitas se debe, sin duda, a motivos intelectuales y espirituales, aunque también los estudiantes y sus familias consideraban un factor decisivo la posibilidad de empleo que se abría en estructuras eclesiásticas o laicas para quienes tuvieran estudios superiores.

Durante los primeros años de férvidas iniciativas de educación y predicación, la Compañía de Jesús es protagonista de otra operación cultural con finalidad eminentemente política. En 1567, los padres que operan en Sásser reciben una orden del padre general Francisco Borja, que les impone el uso de la lengua castellana en la enseñanza y en la predicación. Es una disposición, inspirada por el rey, que contradice la costumbre de los jesuitas de predicar, confesar y enseñar en la lengua común del lugar en el que operan, para aproximarse más a la gente[27]. Las fuentes documentales no nos permiten saber si los padres eran plenamente conscientes de que se les estaba involucrando en el diseño político de la corte. Un diseño que pretendía centralizar cada vez más la Monarquía en Castilla, infundiendo en los súbditos una conciencia política unitaria. De inmediato, esta disposición se aplica en los dos colegios que había en la isla. Es así como arranca, en las dos mayores ciudades sardas, el proceso de identificación colectiva en la Monarquía de los Austrias, mediante una intensa homologación cultural, cuyo instrumento primordial es la lengua castellana. Que la voluntad del soberano era muy determinada, se había demostrado años antes, cuando Pedro Clavero  – enviado en 1558 como visitador del reino –, había recomendado al padre Pedro Spiga que solicitase a sus superiores de Roma que a la isla enviaran jesuitas «solamente españoles y no de ninguna otra nación, porque (dize él) assí combiene al servicio de Dios»[28]. Al servicio de Dios y, naturalmente, al servicio del rey.

 En la segunda mitad del XVI, la lengua castellana que, cada vez más, se identifica con el  poder y la cultura, se va imponiendo en la periferia. Pero en Cerdeña tiene que vérselas con una realidad plurilingüe compleja, en la que las hablas locales que se usan en la comunicación oral se entrecruzan, como mínimo, con dos lenguas de dominio, – el catalán y, en menor medida, el italiano – practicadas, desde hace algunos siglos en ámbitos burocrático-político, comercial y cultural. Durante los primeros años de la presencia de los jesuitas en Cerdeña, el padre portugués Francisco Antonio, describe la situación lingüística de un modo bastante fiel: «La lengua ordinaria  de Cerdeña es la sarda como de Italia la italiana. En algunas villas empero usan la corça, aunque también entienden la sarda. En la ciudad de Cáller y del Alguer la ordinaria y común es la catalana, aunque también hay mucho de la sarda. En esta çiudad de Sácer algunas personas principales hablan mediocremente la española, pero lo común es sardo y corço, o italiano que le es vezino»[29]. Por consiguiente, a mediados de la centuria, existe un débil plurilingüismo en la isla («no hay lengua cierta sobre que el hombre pueda hazer fundamento», escribe desde Cáller el rector Pinyes a sus superiores de Roma[30]) que refleja, por un lado, el "arrinconamiento" de las áreas geográficas del interior, en las que se hablan variantes dialectales  de una lengua llamada comúnmente «sardesca» y, por el otro, la situación de las ciudades marítimas, en las que la lengua predominante es el catalán, o sea la lengua de los mercaderes y de los marineros desde hacía dos siglos y, sobre todo, la lengua burocrática de los oficios y de las asambleas municipales o parlamentarias. Una lengua, la catalana, arraigada entre los sardos de las ciudades, pero sin la solidez cultural y literaria del castellano, que amenaza con suplantarla como lengua oficial incluso en los reinos de la Corona de Aragón.

En resumidas cuentas, la situación lingüística de Cerdeña resulta particularmente idónea a la inmediata, si bien parcial, introducción del castellano como lengua dominante. La operación se desarrolla sin conflictos: al contrario, con el favor de las poblaciones más abiertas y avisadas en política. Son algunos notables sasareres quienes piden con insistencia a los jesuitas del colegio de la ciudad que el español sea la lengua de enseñanza, y no el habla local de origen corso, que les gustaría «desterrar» cuanto antes. Al cabo de algunos años, la iniciativa de unos pocos particulares se hace pública. Así, en 1583, el visitador Fabi en una relación al general Acquaviva sobre las escuelas de Sásser escribe: «Tutti i nostri, anchorché naturali, predicavano in castigliano sempre dicendo essere stato così introdotto per ordine di nostro padre Borgia bonae memoriae ad istanza del governatore et officiali, quando il padre Vittoria visitando l’isola cominciò a far pratticare la italiana nelle prediche et nelle scuole. Pare che con la lingua castigliana venghi più onorato il re et i principali della terra si sforzano di parlarla massime che la sassarese ha molta barbarie et la stimano meno che la commune sarda, la quale corre per l’isola. Dicevano che se i nostri predicassero in altra lingua che nella castigliana non sariano uditi così volentieri anzi s’offenderian gli offitiali et può essere che i nostri si siano inclinati più facilmente alla castigliana come più elegante et pregiata; parimente nelle scole di grammatica non si usa altra lingua che la castigliana quando si esplica il latino, si danno compositioni o frasi et in tutto il resto»[31]. En un lapso de tiempo de 20-25 años, el proceso de introducción forzosa del castellano en las escuelas se ha cumplido y la homologación castellana es ya una realidad decisiva.

Son muchas las ocasiones en las que las clases urbanas se demuestran favorables a un viraje  cultural filoespañol. En 1616, el secretario de la ciudad de Sásser, Juan Gavino Gillo y Marignacio, a pesar de ser quien redacta los documentos oficiales del municipio en catalán, cuando publica una poesía suya, justifica el uso del castellano «para que corra por todos los reynos de su Magestad, como ahora corre el lenguaje Castellano. Porque siempre la lengua siguió el Imperio, y el mando»[32]. ¿Es posible que Gillo y Marignacio conociera la obra de Antonio de Nebrija («siempre la lengua fue compañera del imperio»)? Puede ser, pero también es posible que siga los dictados de los administradores de la ciudad, a la zaga de un comportamiento difuso entre las clases privilegiadas de Cataluña y Valencia que recurren con frecuencia al uso del castellano por razones políticas y de prestigio social[33].

En los albores del XVII, la lengua de las élites y de la burocracia, o sea la lengua escrita, es solo la castellana, aunque con fuertes interferencias de la variante catalana local. Lo confirma la producción librera, dirigida principalmente a un público culto inclinado hacia la cultura castellana. Las dos imprentas de Cáller y Sásser – fundadas respectivamente en 1566 y 1616 – imprimen textos jurídicos, actos sinodales, gramáticas para estudiantes, libros litúrgicos y teológicos, generalmente en castellano, pasando del 25% de la segunda mitad del siglo XVI al 77% de la primera mitad del siguiente. En cambio, se reducen vertiginosamente los libros publicados en latín (del 48% al 13%) y en catalán (del 22% al 1% aproximadamente), mientras que el italiano, utilizado hasta mediados del XVI, desaparece totalmente del panorama editorial[34].

Pero este proceso de homologación no es fácil ni lineal. Al contrario, encuentra resistencias: de carácter político-institucional, debido a las radicadas tradiciones jurídicas catalanas; de carácter lingüístico, por el uso difuso de los dialectos sardos en las aldeas y por la interferencia capilar del catalán en muchas hablas locales; de carácter cultural, por la conformidad a la cultura catalana que perdura en las expresiones artísticas y en las tradiciones populares y religiosas[35].

Para los jesuitas responsables del colegio de Sásser, el inmediato éxito de su magisterio es un acicate para aspirar a la transformación de su colegio en universidad. El prototipo de colegio jesuita es el que, en 1548, se funda en Mesina por voluntad de la virreina Leonor Ossorio, mujer de Juan de Vega. Este colegio de Mesina, junto con el de Gandía, se precia del título de universidad. Allí se enseñan artes, filosofía y teología, pero no leyes y medicina, disciplinas que no competen a los jesuitas. El colegio de Sásser se inclina por el modelo académico de Gandía, sin embargo dificultades objetivas (problemas de financiación y de exigüidad del cuerpo docente) sugieren un programa menos ambicioso.

Ya desde sus orígenes, el colegio de Sásser, gracias a un breve di Pio IV confirmado también por sus sucesores, tiene el derecho de otorgar grados en artes y teología con validez canónica, tanto a los alumnos jesuitas como a los externos. En realidad, desde su fundación hasta mediados del XVIII, no se concede ningún grado académico a miembros de la Compañía pues, en rigor, como el título no es necesario para la enseñanza, los padres prescinden siempre de él. No se sabe si durante el XVI, se concedieron grados universitarios a seglares, a pesar de los pasos que, en este sentido, dio la administración municipal de Sásser[36].

A principios de los setenta, cuando en el territorio español ya se había concluido la segunda oleada de fundaciones universitarias, se vuelve a considerar la oportunidad de instituir un estudio general en Cerdeña. Pero, conseguir la dignidad de estudio general es una aspiración que tienen en común sasareses y callareses, para quienes la conquista del título podría constituir el triunfo político definitivo en la competición que existe entre ambos municipios. En 1573, el viceprovincial Francesc Boldó envía una petición a la tercera congregación general del orden, para convertir el colegio sasarés en universidad[37]. Ese mismo año, el estamento militar presenta una solicitud al virrey Joan Coloma, para instituir una sola universidad para todo el reino en Cáller. La nobleza (en concreto, la facción callaresa mayoritaria en el parlamento) aspira a fundar en la capital un estudio general que confiera los grados de teología, cánones, leyes y medicina. Teniendo en cuenta los excelentes resultados obtenidos por las escuelas locales de los jesuitas, Cáller se considera la sede ideal, y la Compañía de Jesus la organización más apropiada para dirigir la institución. Algunos beneficios eclesiásticos asegurarían el regular funcionamiento de la universidad, que se dedicaría principalmente a la formación del clero sardo[38]. Es manifiesta la intención de los peticionarios por orientar hacia la escuela callaresa las preferencias que los jesuitas anteriormente habían demostrado por el colegio de Sásser[39]. Se está empezando a perfilar un nuevo periodo político de disputas localistas que tienen como eje la cuestión universitaria. A esta petición de los nobles – desatendida por el escaso favor de la corte hacia iniciativas provincianas –, se contrapone una análoga de la ciudad de Sásser. En 1578, el síndico Jaime Manca, representante significativo de la nobleza sasaresa, presenta ante la corte una petición de su ciudad para fundar un estudio general dotado de todas las facultades o, en su defecto, autorizado para conferir, al menos, los grados académicos en filosofía y teología[40]. Felipe II, como es habitual en él, mantiene una posición equidistante respecto de las dos ciudades rivales y se limita a encomendar al virrey, Miquel de Moncada, que verifique si esa petición de Sásser tiene fundamento. El soberano, en su carta al virrey, resume el estado de la cuestión universitaria en Sásser: «los Padres de la Compañía de Jesús y frayles de Sanct Francisco leen en la dicha ciudad muchas sciencias y solamente les falta una cáthedra de leyes y otra de mediçina para que aya studio general y universidad, y por que la dicha ciudad dessea que huviesse en ella universidad, o studio general de todas sciencias para que los que allí studiassen pudiessen tomar el grado de doctor sin tener por que salir del Reyno, para este effecto, porque según dize muchos que estudian y tienen sufficiencia en theología dexan por su pobreza de yr fuera del reyno a tomar los dichos grados allende de los muchos inconvenientes que se les offrecen de peligros de mar, enemigos y gastos que no pueden suffrir, supplicándonos fuéssemos servido mandar concederles licencia y facultad de poder hazer la dicha universidad y estudio general, para que se puedan dar allí grados concediéndoles los demás privilegios y gracias que tiene los otros estudios generales y universidades»[41].

El documento sintetiza los problemas por resolver de los estudios universitarios en Cerdeña: la apertura de los cursos de derecho y medicina, que no están contemplados en los planes didácticos de los colegios jesuitas, es condición indispensable para la fundación de un estudio general que, en pleno ejercicio de sus funciones académicas, atribuya grados en todas las disciplinas, permitiendo que los sardos puedan concluir en la isla el ciclo completo de los estudios. La necesidad de ampliar la oferta escolar era urgente después de la promulgación de la pragmática real del 22 de noviembre de 1559, que prohibía a los estudiantes hispánicos que asistieran a universidades extranjeras  – exceptuando algunas como Bolonia, Roma, Nápoles y Coimbra –  situadas en área católica[42]. Esta disposición real, además de intentar frenar la difusión de las ideas heréticas provenientes del norte de Europa – idea de Felipe II no explicitada en la pragmática –, apuntaba, principalmente, a contener el coste de la instrucción de los jóvenes súbditos y a valorizar las escuelas hispánicas en las que, por entonces, habían bajado las matrículas[43]. En práctica, el monarca está pensando en la “nacionalización” de la educación universitaria y, sobre todo, en el control ideológico y en el desarrollo de la formación profesional  del personal administrativo y de gobierno de la  Monarquía[44].

Gracias a la política absolutista, aumentaba la demanda de letrados en los consejos reales, en los tribunales y en otras instituciones regias. Las posibilidades de empleo se habían acrecentado no solo en la burocracia de más alto nivel, sino también a nivel inferior, en empleos más modestos y periféricos, tanto en el ámbito privado como en el público. Si, por un lado, se necesitaban hombres “virtuosos”, dados a las letras y a la reflexión filosófica y religiosa, aún más fuerte era la demanda de juristas. Cerdeña no es una excepción. Es más, el tradicional retraso en la formación del aparato administrativo del reino provoca que la exigencia de graduados universitarios sea incluso mayor. Desde que gobierna Felipe II, es indudable que las ocasiones de empleo en la administración estatal y eclesiástica han aumentado para quienes poseen una formación académica. La carrera eclesiástica representa una oportunidad de ascenso espiritual y de crecimiento cultural o material, por ello se convierte en el principal puerto de arribada para los jóvenes sardos. Pero también, los estudios de derecho son fundamentales para quienes quieran garantizarse el ingreso a los oficios públicos, recorriendo el camino real de la promoción social y del enriquecimiento.

Al no tener la posibilidad de terminar los estudios jurídicos en la isla, los jóvenes sardos llevan algún tiempo asistiendo a universidades italianas y españolas. En la primera mitad del siglo, la emigración es limitada. Pero, tras la prohibición impuesta a los estudiantes hispánicos de estudiar en el extranjero, el flujo migratorio de los sardos aumenta de forma considerable. Esta paradoja lo es solo en apariencia. La carencia de facultades jurídicas en su propia tierra es la que legitima aún más que los jóvenes sardos se vayan tanto a las universidades del área hispánica, como a las de los dominios italianos o las de los estados de la órbita de los Hasburgo. Y no es una coincidencia que los sardos que estudian fuera se gradúen sobre todo en derecho (la mayoría en utroque iure) y que lo hagan, mayormente, en Pisa[45], Bolonia y Salamanca[46]. Son sedes prestigiosas que permiten que los futuros letrados adquieran una formación profesional al más alto nivel que les abra las puertas de los oficios laicos y eclesiásticos[47]. Tras el decreto de Felipe II, se pasa, de un puñado de estudiantes sardos que iban a las universidades toscanas en los años que van de 1526 a 1562, a los 156 matriculados desde 1563 hasta 1589. Según datos recogidos de los libros de matrícula, el 60% de los estudiantes sardos censados proceden de las ciudades de Sásser y Cáller, y se reparten en diferente proporción en las universidades de Pisa, Siena, Bologna, Pavía, Salamanca u otras. El culmen del flujo migratorio es en el periodo 1590/1634, en el que se alcanzan 416 inscripciones y empieza a decrecer cuando se abren las universidades sardas (entre 1635 y 1649 los estudiantes son solo 86), cesando casi por completo a mediados de siglo[48].

La fuerte expansión del sistema universitario español en la segunda mitad del XVI y la envergadura de la diáspora de estudiantes sardos (que atañe, hay que recalcarlo, a los estudiantes de derecho) son argumentos convincentes para que las administraciones cívicas reivindiquen con insistencia una oferta de enseñanza más amplia y para que se les reconozca jurídicamente la categoría de universidad a los colegios jesuitas. Sin embargo, Madrid sigue sin tomar posiciones, como es habitual cuando se enfrenta a reivindicaciones contrapuestas de ciudades o grupos de poder. Así, cuando por vía parlamentaria se insta a la corona a que contribuya económicamente por sí misma (como sucedió en 1583 cuando Sásser “suplica” la institución de la universidad y la activación de las cátedras de cánones, leyes y medicina, a cargo del presupuesto del parlamento[49]), esta responde con una negativa en los decretos reales.

La mejor estrategia ya no es pedir reconocimiento para los colegios jesuitas, sino crear una institución universitaria nueva, o sea, una sola universidad bajo la égida de la Monarquía, acuñada con los moldes organizativos de las universidades de la Corona de Aragón y económicamente autónoma. A principios del Seicentos, la diferente inversión económica para la promoción universitaria que Cáller y Sásser realizarán, será el factor decisivo por el cual el fiel de la balanza se inclinará en favor de Cáller. En práctica, la capital le dará a la universidad su proprio sello, desvinculándose de de la hipoteca cultural y organizativa de los jesuitas. Desde su apertura en 1564, la administración pública de Cáller había sostenido el coste del colegio jesuita de forma más constante y consistente que Sásser, que confiaba en algunos mecenas de la ciudad y en prelados como Fontana, Alepús y, ante todo, Canopolo. Por muy conspicuas que fueran las donaciones particulares, bastaban apenas para hacer frente a los gastos corrientes, pero no garantizaban la cobertura económica de las innovaciones académicas que la reconversión de colegio en universidad requería.

La superioridad de Cáller irá creciendo con el tiempo, conforme el desarrollo económico y demográfico de la ciudad portuaria y el privilegio de ser la sede efectiva de las principales magistraturas del reino aseguran una neta preeminencia política y financiera. En 1603, la capital presenta al parlamento un memorial para candidarse como sede exclusiva de la universidad del reino de Cerdeña. Propone un modelo de universidad en sintonía con las exigencias de las clases privilegiadas, totalmente controlada por la municipalidad, sostenida económicamente por los estamentos, desvinculada de la herencia cultural del colegio jesuita y en línea con la mejor tradición universitaria castellana (léase salmantina)[50]. Aduce, en su favor, una serie de motivos que, después, resultarán decisivos para obtener el asenso del virrey y la aprobación sucesiva de Felipe III el 30 de septiembre de 1604[51]. Cáller – dice  el memorial – es  «més opulenta», «los estudiants estrangers que en ella se entretenen son més de 500», «hay majors haziendas y molt més mercaders, ciutadans, cavallers, barons, titulats…» y «per rahó també del llenguaje, urbanitat y policia convé que se funde [la universitat] y se fassa en esta ciutat».También existen otros buenos motivos que juegan a favor de Cáller como sede universitaria: el puerto, la presencia de personas de diferentes nacionalidades, un mayor bienestar de la población, el hecho de contar con la única imprenta de la isla que puede asegurar ese servicio imprescindible para la universidad, un comercio librero que puede satisfacer las exigencias de maestros y estudiantes y, para terminar, la posibilidad de que los ministros de la corona y de los tribunales del reino, que residen en Cáller, aprovechen la preparación de los profesores de derecho[52].

¿Cómo va a contraatacar Sásser la ofensiva de Cáller?  Pues recurriendo a sus mejores armas que son el prestigio de su colegio que es el más antiguo de la isla, un tejido cultural formado por un número de estudiantes equiparable al de Cáller y, sobre todo, la total adhesión de los notables de la ciudad a la causa de promover el colegio jesuita a universidad. Es una estrategia que, tiempo atrás, había fracasado, pero los sasareses siguen ligados al antiguo proyecto – compartido por los padres de la Compañía –, de la ampliación de la oferta didáctica con las disciplinas que no se enseñan en el colegio. Quien marca precisamente esa pauta, en  1606-08, es el mecenas Gaspar Vico quien, en sus disposiciones testamentarias en favor del colegio sasarés, determinaba que, junto a las disciplinas impartidas por los jesuitas (humanidades, filosofía, teología y cánones), «persones seculars» “leyesen” también medicina, leyes o derecho civil. Con la participación de profesores seglares retribuidos por el colegio y bajo la dirección del padre provincial, la Compañía aspiraría a obtener «los privilegios de universidad para graduar en todas las sobredichas facultades»[53]. En 1612 y gracias al arzobispo Canopolo, el colegio sasarés da un paso adelante al obtener del padre generale Claudio Acquaviva una patente que le otorga la facultad de conferir los grados académicos en filosofía y teología[54]. Es una novedad alentadora que empuja a los padres del colegio y del municipio a presionar a Madrid para obtener el título de universidad y la potestad de conceder los grados académicos de todas las facultades. Pero Felipe III, con la licencia regia de 9 de febrero de 1617, concede solo filosofía y teología[55]. A partir de ese momento, dichos títulos, que antes tenían solo validez canónica, son reconocidos también civilmente y Sásser se convierte a todos los efectos en universidad de derecho regio, pero – según Batllori – no es aún un estudio general[56].

En 1618, los jesuitas sasareses dan otro paso adelante al acordar con el general Vitelleschi una nueva estrategia. Deciden seguir el ejemplo de la universidad de Gandía, “incorporando” como docentes en el colegio-universidad a algunos seglares graduados en derecho civil y canónico y en medicina. Se trata de un acto sin consecuencias jurídicas, pero suficiente para que en las actas de la universidad se haga oficial la enseñanza – en realidad, no impartida –  de las tres disciplinas y para permitir que los profesores asociados puedan formar parte de los tribunales de examen y para que el sello de la ciudad figure en las patentes de los graduados[57]. Son pequeñas argucias de las autoridades académicas y de los administradores cívicos para disponer de requisitos jurídicos ficticios que autoricen a los sasareses a ornarse del título de «primaria universidad», al menos nominalmente. El hecho de no haber logrado el estatuto de estudio general constituye, para Sásser y sus clases dirigentes, un afrenta difícil de aceptar. En 1620, la situación se hace aún más crítica cuando la universidad de Cáller obtiene de Felipe III, formalmente, el privilegio de fundar un estudio general y, como tal, de activar todas las facultades[58].

La cuestión universitaria, ya de por sí trascendental por sus implicaciones sociales y culturales, ocupaba plenamente el eje de la disputa entre las dos ciudades, superada solo por la “guerra de los cuerpos santos” que, en esos mismos años, apasiona a la jerarquía eclesiástica, autoridades civiles y clases populares. Cuestión universitaria y excavaciones en busca de reliquias de mártires cristianos son asuntos que van de la mano y tienen los mismos protagonistas, encabezados por los arzobispos y los padres jesuitas de ambos colegios[59]. En Sásser, destaca el padre Jaime Pinto, natural de la ciudad, catédratico de Sagradas Escrituras y rector de la universidad en el trienio 1616-19, ligado por intereses culturales y políticos a la red de poder del regente del Consejo de Aragón, Francisco Vico, y del conseller en cap del municipio sassarese, Francisco Scano de Castelví[60]. También los jesuitas de las dos ciudades están divididos e implicados directamente en una discordia irremediable. Por lo tanto, el prepósito general Vitelleschi se ve obligado a ordenar inspecciones y a alejar de Cerdeña a los principales responsables de la disputa interna, los rectores de los dos colegios Antíogo Carta y Jaime Pinto, pues «los nuestros se derraman mucho con los seglares y aún fomentan la desunión y vandos entre los dos Cabos y en raçón de esto escriben tratados tocantes preçedencias y primacías»[61].

El lance entre las dos ciudades universitarias traspasa a menudo las fronteras del reino,  presentándose ante los consejos competentes de la corte. En 1623, la ciudad de Sásser entrega por medio de Angel Manca, su representante en Madrid, un memorial en el que se solicita, una vez más, la autorización para que su colegio-universidad conceda grados académicos en derecho civil, derecho canónico y medicina[62]. Sin embargo, el Consejo de Aragón rechaza la petición, pues la considera en conflicto con la fundación de la nueva universidad de Cáller: «el reyno – aclara la consulta - por su cortedad no era capaz de dos universidades». Entonces Manca solicita que se suspendan los procedimientos de institución e impugna las deliberaciones parlamentarias que obligan a las ciudades sardas a contribuir al mantenimiento de la nueva universidad. De Madrid la protesta llega rápidamente a Cáller. A primeros de 1624, poco antes de la reunión del parlamento del virrey Vivas, empiezan a movilizarse las ciudades y los prelados del Cabo de Sásser «para que no consientan por ningún caso en la fundación de dicha Universidad habiendo de ser con tan gran costa dellos»[63]. El propósito de obtaculizar por parte del grupo de presión sasarés a la ciudad rival consigue, en parte, su objetivo. Y así, en 1625, el virrey Vivas se ve obligado a aconsejar a Madrid que revoque las deliberaciones precedentes en relación a la contribución económica de las ciudades sardas a la universidad callaresa[64].

Mientras tanto, se había abierto otro frente de guerra, cuando el colegio de Sásser, por iniziativa del padre Pinto, se había autonombrado «primaria universidad» del reino, reivindicando su primado por tener más antigüedad que Cáller. Este acto arbitrario de los sasareses no pasa inadvertido en Cáller y los consellers lo cuestionan ante el padre general de la Compañía, de quien depende el colegio turritano: «la facultad que se ha dado al colegio de Sásser de poder graduar en theología y philosophía la amplían tanto que la intitulan universidad, y lo peor, que agnaden primaria del reyno, y hazen rótulo de las litiones que se lehen en él, de leyes, cánones, medicina y otras scientias, sin tener tal poder ni de graduar en otras facultades que las dichas de theología y artes […] siendo más verdad que la universidad general está fundada en esta ciudad por los tres estamentos, y solo el arçobispo de Cáller, por indulto apostólico y privilegio real, es cancelario y rector de la universidad general del reyno»[65]. Pero cuando el general Vitelleschi dispone que en las ceremonias de graduación de la universidad de Sásser se omita el título de «primaria», la ciudad se subleva. «Jurados, canónicos, cavalleros, letrados, estudiantes y mucha gente vulgar» protestan contra la medida del rector y reclaman el derecho de intervención o, en todo caso, de supervisión por parte del municipio. Así, se abre una fractura entre la administración cívica y la Compañía, que intenta distanciarse de esas polémicas municipalistas. A raíz de la dura actitud de toda la ciudad (el rector llega incluso a temer por su incolumidad durante el tumulto) los jesuitas sasareses transigen, de momento, sobre la denominación de «primaria universidad»[66]

Son los últimos estertores de la polémica que está por extinguirse, pues los administradores cívicos callareses tienen las normas jurídicas de su parte. El 1 de febrero de 1626, los Consellers de Cáller habían promulgado las constituciones de su estudio general[67]. Se concluía así el largo proceso normativo que había arrancado a principios de siglo en el parlamento del conde de Elda, y que habían continuado el municipio de Cáller, el arzobispo Francisco de Esquivel y algunos letrados della audiencia, como Montserrat Rosselló, con el consenso y la participación activa de las clases privilegiadas callaresas[68]. La intuición de desvincular a la nueva universidad de la hipoteca cultural y didáctica de la Compañía de Jesús y de proponer una universidad de derecho regio totalmente controlada por la municipalidad fue lo que ocasionó el triunfo de los callareses. Esta opción no significa que hubiera prejuicios contra la Compañía, que todos consideran digna de mérito por el avance cultural aportado a la ciudad[69]. Efectivamente, esta experiencia didáctica de los jesuitas producirá sus frutos en un acuerdo, establecido entre la ciudad y el prepósito general de la Compañía, para la enseñanza gratuita de filosofía y teología en la nueva universidad, así como una contribución económica mayor al colegio de la que percibía hasta el momento[70].

Sásser tiene que abandonar su estrategia de choque, reivindicando la simple «ampliación» de su colegio-universidad. Para ello, la ciudad actúa en dos frentes, haciendo presión sobre Madrid y sobre el parlamento sardo. A finales de 1628, el conseller en cap de la ciudad “suplica” de nuevo al soberano para que le reconozca a la universidad sasaresa (a la que asisten más de 700 estudiantes) la potestad de conferir grados en derecho civil y canónico y en medicina[71]. En 1632,  es el conseller en cap Gerónimo de Homedes quien pide al presidente del parlamento que le insista a Madrid para que el rey conceda la «lisèntia de que se pugan en dita ciutat graduar en les demés facultats»[72]. Pero ya es hora de compensaciones. De ahí que el Consejo de Aragón conceda su beneplácito en la consulta del 10 de septiembre de 1632, refrendada por la firma  del regente Francisco de Vico[73]. No cabe la menor duda de que los trámites han sido urdidos por el regente sasarés. Este, durante casi treinta años, desde de su escaño madrileño, había mantenido una relación constante con los padres sasareses de la Compañía (en esa época, su hermano Pedro es el prepósito provincial) y, de manera manifiesta había practicado el patronaje político en favor de la universidad de su ciudad natal. A hecho consumado, los jurados sasareses escribirán a su conciudadano y protector que «el buen suceso que ha tenido esta Ciudad en la erectión y ampliación de su Universidad después de Dios es cierto es obra de Vuestra Magnificiencia»[74].

Un mes después, el 18 de octubre de 1632, se publica el privilegio real, ampliación del precedente privilegio de Felipe III[75]. A partir de ahí, la universidad de Sásser, cuya gestión sigue estando a cargo de la Compañía pero con funciones de universidad regia según un modelo consolidado en la Corona de Aragón, tiene la potestad de conferir grados en todas las facultades. Claro está que, desde el punto de vista político, han cambiado muchas cosas, pues la decisión de los administradores cívicos turritanos de ejercer un control directo sobre la institución se ha confirmado. En 1634, los jesuitas de Sásser y los jurados municipales llegan a un acuerdo. Los religiosos asumen la dirección de la universidad, mientras que los administradores cívicos tendrán  derecho a supervisar su gestión y a intervenir en futuras reformas de las constituciones[76]. El contencioso entre las dos partes por el control de la institución durará largo tiempo, llegando a la segunda mitad del siglo, cuando comienza la  irreversibile decadencia de Sásser y de su universidad.

Esos atormentados acuerdos terminarán por producir importantes cambios en los programas didácticos de la Compañía. Basta decir que, a primeros de 1635, cuando el rector Giovanni Andrea Manconi procede al acto de investidura solemne del nuevo cuerpo académico, los profesores de la facultad de teología son 20, frente a 32 de derecho civil y canónico, 8 de medicina y uno de filosofía. Estas grandes novedades, tanto en la didáctica como en la proporción del número de docentes, son un reflejo del cambio en las exigencias de la política que quiere respaldar a los jóvenes sardos en su afán por un empleo público.

Entre los años 1652 y 1656, la crisis demográfica que provoca la gran pestilencia mediterránea diezma al cuerpo docente y a la población estudiantil, abatiendo a las dos universidades sardas. De todas formas, su reciente origen y la débil tradición académica pesan también en la grave crisis de los estudios universitarios. En 1686, una pragmática real, que intentará ejecutar un diseño orgánico de reforma de la sociedad y de la economía sarda, denunciará la decadencia de la universidad de Cáller, el absentismo de sus profesores y el degrado de sus edificios, que funcionaban como depósitos de trigo[77].  Ese mismo año se niega a todos los miembros del cuerpo académico de la universidad de Sásser la posibilidad de impartir sus cursos debido a no haberse pagado las pensiones sobre las rentas de la ciudad; 34 docentes – jesuitas y laicos – pedirán al soberano que reitere la fausta real pragmática de Felipe II de 12 de mayo de 1563 que había dispuesto la institución del colegio jesuita y, luego, de la Universidad[78].

A la postración de las instituciones universitarias sardas, que se prolongará sin solución posible hasta la segunda mitad del XVIII[79], cabe añadir el factor de la decadencia general de las universidades españolas. La creciente saturación de personal en los oficios públicos provoca una desocupación intelectual. Por lo tanto, al carecer de una concreta posibilidad de empleo, los estudios académicos se hacen menos codiciables y muchos estudiantes abandonan la carrera sin haber obtenido el título. Con el paso del tiempo el fenómeno se agrava, de ahí que Richard Kagan coloque la decadencia de la institución universitaria española a finales del XVII, cuando la enseñanza y el estudio del derecho no tienen ya la preeminencia intelectual ni el prestigio social que tenían en época de los Austrias Mayores[80].

 

 



 

[1] Nueva recopilación de las Leyes de España (1566), Alcalá de Henares, 1569, lib. III, tit. IX, ley 2.

 

[2] R. L. Kagan, Universidad y sociedad en la España moderna, Madrid, 1981, p. 38.

 

[3] L. E. Rodríguez-San Pedro Bezares, Las universidades de la monarquía hispánica, en Felipe II, un monarca y su época. Las tierras y los hombres del rey, Madrid, 1998, p. 154.

 

[4] J.H. Elliott, Unidad e imperio, 1550-1800: España y Europa, en El mundo hispánico. Civilización e imperio. Europa y America pasado y presente, ed. J.H. Elliott, Barcelona, 1991, p. 48.

 

[5] S. Arquer, Sardiniae brevis historia et descriptio cit., ed. Laneri, p. 38.

 

[6] L. Balsamo, La stampa in Sardegna cit.; B. Anatra, Editoria e pubblico in Sardegna tra Cinque e Seicento, en Oralità e scrittura nel sistema letterario, eds. G. Cerina - C. Lavinio - L. Mulas, Roma, 1982, pp. 233-243; G. Pirodda, La Sardegna, en Letteratura italiana. Storia e geografia, III: L’età contemporanea, Torino, 1989, pp. 930-942; P. Maninchedda, Nazionalismo, cosmopolitismo e provincialismo nella tradizione letteraria della Sardegna (secc. XV-XVIII), en «Revista de Filología Románica», 2000, 17, pp. 171-196.

 

[7] F. Manconi, Traffici commerciali e integrazione culturale cit., pp. 1051-1073. Para los aspectos antropológicos y literarios se remite a I catalani in Sardegna cit.; por lo que respecta a la faceta artística cfr. R. Serra, Pittura e scultura dall’età romanica alla fine del ‘500, Nuoro, 1990; F. Segni Pulvirenti – A. Sari, Architettura tardogotica e d’influsso rinascimentale, Nuoro, 1994; R. Coroneo, La proiecció a Sardegna i Sicília, en L’art gòtic a Catalunya. Arquitectura II, Barcelona, 2003; M.G. Scano, Presències catalanes a la pintura de Sardenya, en L’art gòtic a Catalunya. Pintura III. Barcelona, 2006.

 

[8] ASCC, vol. n. 17, Llibre de les ordenacions de la Ciutat de Càller, ordenanza sobre reductió dels salaris dels consellers y de altros, 25 de noviembre de 1505, f. 147r (ahora en «Raccolta di documenti editi e inediti per la Storia della Sardegna», vol. 5 Libro delle ordinanze dei Consellers della Città di Cagliari cit., p. 213); R. Turtas, Amministrazioni civiche e istruzione scolastica nella Sardegna del Cinquecento, en «Quaderni sardi di storia», n° 5 (1985-86), pp. 84-87; Íd., La nascita dell’università in Sardegna cit., pp. 11-13. En general, sobre las escuelas municipales en la sociedad hispánica se remite a R. L. Kagan, Universidad y sociedad cit., p. 60 ss.

 

[9] ARSI, Sardiniae 13, f. 20v, 8 de enero de 1560 (cit. por R. Turtas, Amministrazioni civiche cit., p. 87 nota 20).

 

[10] P. Tola, Dizionario biografico degli uomini illustri di Sardegna, ad voces, vol. 3, Nuoro, 20012. Una biografía más exhaustiva de Fontana y de Fara se encuentra en R. Turtas, Studiare, istruire, governare cit., pp. 295-310 e 311-332.

 

[11] A. Rundine, Piccole Università e migrazioni studentesche cit., p. 887.

 

[12] ASC, AAR, Parlamenti, reg. 6, f. 183.

 

[13] F. Manconi, Tener la patria gloriosa. I conflitti municipali nella Sardegna spagnola, Cagliari, 2008.

 

[14] En los catálogos de las sedes universitarias españolas e italianas de la segunda mitad del Seiscientos no se menciona a las universidades sardas. Según Gian Paolo Brizzi no se tratta de una omisión involuntaria, sino de la falta de reputación y visibilidad de las universidades sardas en el contexto académico internacional (G.P. Brizzi, Orbis academicus e università sarde, en Sardegna, Spagna e Mediterraneo cit., p. 398).

 

[15] AGS, E, 312/288r (publ. por R. Turtas, La nascita dell’università in Sardegna cit., pp. 117-118).

 

[16] R. Kagan, Universidad y sociedad cit., pp. 105 y 203-206.

 

[17] G. Sorgia, Il parlamento del virrey Fernández cit., pp. 83-84, 92-93, 203-204.

 

[18] R. Turtas, La nascita dell’università in Sardegna cit., p. 26.

 

[19] El testamento de Fontana lo publicó M. Batllori, L’Università di Sassari cit., pp. 39-50.

 

[20] En fecha 2 de agosto de 1559, Juana escribe al virrey, a los prelados y a los oficiales regios de Cerdeña, invitándolos a que hagan todo lo posible para favorecer la labor de los jesuitas que el general de la Compañía, Francisco de Borja, ha enviado a Sassari con el objeto de fundar un colegio, siguiendo las disposiciones testamentarias del difunto Fontana (ARSI, Sardiniae 14, ff. 82r-83r, publ. por R. Turtas, La nascita dell’università in Sardegna cit., pp. 125-126).

 

[21] R. Turtas, La nascita dell’università in Sardegna cit.; Íd., Amministrazioni civiche cit., pp. 90-92.

 

[22] R. Turtas, Scuola e Università in Sardegna cit., p. 13.

 

[23] R. Turtas, Scuola e Università in Sardegna cit., p. 159; Íd., La laboriosa formazione dell’Università di Sassari (secoli XVI-XVII), en «Annali di storia delle università italiane», n° 6, 2002, p. 56.

 

[24] R. Turtas, Appunti sull’attività teatrale nei collegi gesuitici sardi nei secoli XVI e XVII, en T. K. Kirova (ed.), Arte e cultura del ‘600 e del ‘700 in Sardegna, Napoli, 1984, pp. 157-163.

 

[25] R. Turtas, Amministrazioni civiche cit., pp. 92-104.

 

[26] R. Turtas, Gli studenti sardi tra ‘500 e ‘600 cit., pp. 93-171.

 

[27] R. Turtas, La questione linguistica cit., pp. 58-6o e 65. 

 

[28] ARSI, Sardiniae 13, 10v, Spiga al general Laínez, 12 de septiembre de 1558 (cit. por R. Turtas, La questione linguistica cit., p. 68).

 

[29] Epistulae et acta patris Iacobi Lainii, Madrid, 1912-17, vol. VI, p. 33, carta de Francisco Antonio de 1 de septiembre de 1561 (cit. por R. Turtas, La questione linguistica cit., p. 61, nota 7).

 

[30] Ibidem, p. 63, carta de Pinyes de 24 de noviembre de 1561 (cit. por R. Turtas, La questione linguistica cit., p. 63, nota 9).

 

[31] ARSI, Sardiniae 10, I, 17r (publ. por R. Turtas, Scuola e Università in Sardegna cit., p. 180).

 

[32] J. G. Gillo y Marignacio, El triumpho y martyrio esclarecido de los Illustríssimos SS. Martyres Gavino, Proto, y Ianuario, Sásser, 1616, p. A3.

 

[33] X. Gil, Culturas políticas y clases dirigentes regionales cit., p. 186.

 

[34] B. Anatra, Editoria e pubblico cit., pp. 243-253.

 

[35] Els catalans a Sardenya cit., passim.

 

[36] M. Batllori, L’Università di Sassari cit., p. 11.

 

[37] R. Turtas, Un contributo per la storia dell’Università di Sassari, Sassari, 1982, p. 5 nota 6 ; Íd., Scuola e Università in Sardegna, cit., pp. 52-53.

 

[38] ACA, RC, reg. 4334, ff. 75v-76r.

 

[39] R. Turtas, La laboriosa formazione dell’Università cit., p. 59.

 

[40] ACA, RC, reg. 4341, ff. 36r-37v.

 

[41] ACA, RC, reg. 4397, f. 15, Felipe II a Miquel de Moncada, 18 de noviembre de 1578 (publ. por G. Zanetti, Profilo storico dell’Università di Sassari, Milano, 1982, p. 190 y por R. Turtas, La nascita dell’Università in Sardegna cit., pp. 144-145).

 

[42] La pragmática de 22 de noviembre de 1559, titulada Prohibición de pasar los naturales de estos Reynos a estudiar en Universidades fuera de ellos, se encuentra en Novísima recopilación de las leyes de España, IV, Madrid, 1807, p. 21.

 

[43] F. Ruiz Martín, Evolución económica de España, en España. Reflexiones sobre el ser de España, Madrid, 1997, pp. 564-565.

 

[44] R. Kagan, Universidad y sociedad cit., p. 116.

 

[45] Acta graduum Academiae Pisanae, R. Del Gratta (ed.), Pisa, 1980, vol. I (años 1543-1599), pp. 57-58; Acta graduum Academiae Pisanae, G. Volpi (ed.), Pisa, 1980, vol. II (años 1600-1699), pp. 12-14. Merece la pena señalar que, durante la segunda mitad del XVI, 98 estudiantes sardos consiguieron en Pisa el grado en derecho, 42 en teología y 8 en filosofía y medicina; en el siglo XVII, los graduados sardos son 192 en derecho, 70 en teología 34 en filosofía y medicina.

 

[46] M.T. Guerrini, “Qui voluerit  in iure promoveri…“ I dottori in diritto nello Studio di Bologna (1501-1796), Bologna, 2005, passim; A. Rundine, Gli studenti sardi all’Università di Salamanca cit., pp. 45-74.

 

[47] A ese restringido círculo de sedes universitarias no pertenece el estudio general de Valencia, no obstante, durante la época, la ciudad mantenga un estrecho contacto económico y social con Cerdeña. La ausencia de estudiantes sardos podría depender del poco prestigio que tienen, en ese momento, la facultades valencianas de leyes y cánones (M. Peset, Las viejas Facultades de Leyes y Cánones del Estudi General de València, Valencia, 2006, p. 45).

 

[48] Saco estos datos, verosímilmente incompletos aunque significativos de la tendencia en la matriculación estudiantil, de A. Rundine, Piccole Università e migrazioni studentesche cit., p. 887.

 

[49] R. Turtas, La nascita dell’università in Sardegna cit., doc. n° 34, pp.146-149.

 

[50] ACA, CdA, leg. 1231, Obligación del estamento militar para pagar mil ducados por el sustento de la universidad, 20 de febrero de 1603; Obligación del estamento ecclesiástico para pagar mil ducados por el sustento de la universidad, 11 de abril de 1603.

 

[51] ACA, RC, reg. 4908, ff. 37r-43r.

 

[52] Memorial dels caps de la Universitat dats en lo Parlament, en ARSI, Sardiniae 10I, ff. 246r-247v (publ. por R. Turtas, La formazione delle Università di Cagliari e di Sassari, en Le università minori in Europa cit., pp. 690-692).

 

[53] Los puntos principales del testamento de Vico se encuentran en M. Batllori, L’università di Sassari cit., p. 12, nota 9.

 

[54] M. Batllori, L’università di Sassari cit., app. doc. n° 5, p. 103.

 

[55] M. Batllori, L’università di Sassari cit., app. doc. n° 5, p. 104.

 

[56] M. Batllori, L’università di Sassari cit., pp. 13-14.

 

[57] M. Batllori, L’università di Sassari cit., apén. doc. n° 3, p. 92; R. Turtas, Il sigillo dell’Università di Sassari, en «Sandalion. Quaderni di cultura classica, cristiana e medievale», Sassari, n° 23-25, 2000-2002, pp. 147-161.

 

[58] ACA, RC, reg. 4920, ff. 248-255 (publ. por G. Sorgia, Lo studio generale cagliaritano. Storia di una Università, Cagliari, 1986, pp. 140-144); ACA, CdA, leg. 1231, Privilegio Real sobre la fundación y erección de la Universidad y estudio general del Reyno de Çerdeña, 31 de octubre de 1620.

 

[59] F. Manconi, Tener la patria gloriosa cit., pp. 127-141.

 

[60] Una biografía sumaria de Jaime (o Diego) Pinto se encuentra en M. Batllori, L’università di Sassari cit., apén. doc. n° 2, p. 90 nota 146.

 

[61] Cfr. las instrucciones al padre Juan Robledo, enviado como visitador a Cerdeña, 24 de agosto de 1629 (publ. por R. Turtas, Scuola e Università in Sardegna cit., pp. 292-295).

 

[62] ACA, CdA, leg. 1229, Don Angel Manca… pide se den los privilegios necesarios para que en la universidad de Sácer se den grados de dotores en leyes, canones y mediçina, 12 de octubre de 1623.

 

[63] ACA, CdA, leg. 1229, peticiones diversas por parte de las ciudades y de los obispos sardos en contra del aporte económico a la universidad de Cáller, 11 de mayo–23 de junio de 1624.

 

[64] Los documentos de la controversia están publicados en R. Turtas, La nascita dell’università in Sardegna cit., docs. n° 47-55, pp. 162-168.

 

[65] Cfr. el memorial de los Consellers de Cáller al general Vitelleschi, 25 de julio de 1628, en M. Batllori, L’università di Sassari cit., apén. doc. n° 2, pp. 89-90.

 

[66] Cfr. la relación del rector Antíogo Cani al provincial sardo Agostino Castaña de 10 de marzo de 1629, en M. Batllori, L’università di Sassari cit., apén. doc. n° 4, pp. 94-102.

 

[67] ACA, CdA, leg. 1231, Estatutos y constituciones de las quales se pide confirmación a Su Magestad hechas en la erección de la Universidad y Estudio general del Reyno de Cerdeña, 1 de febrero de 1626 (publ. por M. Canepa, Le Constituciones dell’Università di Cagliari, en «La Regione»II/2, 1925, pp. 1-23; G. Sorgia, Lo studio generale cagliaritano cit., pp. 144-151). Véase también la deliberación de los Consellers de Cáller, que establece el plan de estudios de la universidad, en ACA, CdA, leg. 1231, Addisión a las Constituciones de la Universidad, 20 de marzo de 1626.

 

[68] ACA, CdA, leg. 1229, despacho real al estamento militar de Cerdeña, 23 de febrero de 1622.

 

[69] ACA, CdA, leg. 1163,  el arzobispo de Cáller, Francisco de Esquivel, al Consejo de Aragón, 12 de marzo de 1611.

 

[70] R. Turtas, Scuola e Università in Sardegna cit., docs. 106-110, pp. 277-284.

 

[71] ACA, CdA, leg. 1092, súplica de Juan Pilo a Felipe IV, 14 de diciembre de 1628.

 

[72] ACA, CdA, Cortes, vol. 380, súplica de Gerónimo de Homedes al presidente Gaspar Prieto, 9 febbraio 1632, ff. 163r e 166v.

 

[73] ACA, CdA, leg. 1093, consulta del Consejo de Aragón, 1o de septiembre de 1632.

 

[74] ASS, ASCS, b. 12, carta de los Consellers de Sásser a Francisco Vico, 18 de febrero de 1635 (publ. por G. Zanetti, Profilo storico dell’Università cit., p. 244).

 

[75] ACA, CdA, Camara de Aragón, reg. 308, ff. 249v-255r (publ. por G. Zanetti, Profilo storico dell’Università cit. pp. 224-227 y por R. Turtas, La nascita dell’Università in Sardegna cit., pp. 175-179).

 

[76] Cfr. Informe de la fundación y estado de la universidad de la Compañia de Jesús de la ciudad de Sácer en 1 de junio del año 1660, en M. Batllori, L’università di Sassari cit., apén. doc. n° 5, pp. 102-108.

 

[77] ACA, CdA, leg. 1256, Pragmática sobre diferentes materias tocante al mejor Govierno y alivio del Reyno de Zerdeña, 20 de noviembre de 1686.

 

[78] ACA, CdA, leg. 1213, La Universidad y Collegio de San Joseph de la Compagnia de Jesús piden se sobrecarte la provisión que les concedió el Señor Rey Don Phelippe 2°… tocante a no embargarse las pensiones de los censales que la Universidad y Collegio tienen sobre las rentas de la Ciudad, 20 agosto 1686.

 

[79] R. Turtas, La formazione delle Università di Cagliari e di Sassari cit., p. 689; P. Sanna - A. Mattone, La "restaurazione" delle Università di Cagliari e di Sassari del 1764-65 e la circolazione della cultura europea, en Le Università minori in Europa cit., pp. 696-747; P. Sanna, La rifondazione dell'Università di Sassari e il rinnovamento degli studi nel Settecento, en «Annali di storia delle università italiane», n° 6, 2002, pp. 71-94.

 

[80] R. Kagan, Universidad y sociedad cit., p. 41.